Esta es la columna de Rafael del Naranco en el vespertino:
Hace un tiempo un joven cubano nos envió unas letras. Él no tenía en ese instante la oportunidad televisiva del estudiante que lanzó, el pasado enero, varios porqués a Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, a los que éste respondió con torpes evasiones y la clara realidad de que al no estar Fidel Castro, le faltaba la referencia fija en qué apoyarse y responder así a las preguntas incómodas. Ese día se vio, con claridad pasmosa, que la revolución estaba desnuda.
Ahora, con la retirada del dictador más longevo del planeta pero, igual que Dios, omnipresente en la vida de la isla, nos siguen conmoviendo las palabras de aquel muchacho, reflejo de una existencia doliente y lóbrega. Él se hacía una pregunta dramática y se la respondía: “¿Cómo poder entender todo esto que tanto nos oprime? Sólo estando aquí, en la Cuba de los anhelos rotos, el lugar más cercano al mismo infierno.” Y añadía: “Nacemos con miedo, y eso, llevado en lo profundo de las entrañas, no es fácil de arrancar. ¿A dónde vamos? Nadie lo sabe. Todo el mundo se queja, pero explicarlo públicamente es un crimen de Estado“.
Sus palabras finales, ramalazo doliente, eran tiernas aun sabiendo a sal: “Solamente espero saber un día el sentido de la libertad; qué es ser libre; no sólo para viajar, eso viene después, sino para opinar, para creer, para poder ser yo mismo“.
Ayer, en una carta patética, igual a todas las escritas en estos ocho meses de enfermo encabritado, el hombre de la barba realenga, cubrepiel verdeoliva, los ojos hundidos bajo unas cejas como cepillo de estopa, y aún así manteniendo a Cuba bajo el peso de sus garras, renunció a seguir siendo Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe. Ahora será el Gran Tótem, un nuevo dios yoruba, y reinará cual pajarraco sobre esa isla verde por fuera, pero muy amarga por dentro.
Cuba, con Fidel o sin él, tardará en sentir en su rostro la brisa libre e innata al ser humano. La estructura del régimen sigue siendo carcelaria, bajo los ojos de lechuza de la opresión. Nada ha cambiado en estos años, y nada moverá aún la pesada losa del terror, a no ser que la voluntad del pueblo rompa las cadenas, salga a la calle y no regrese a sus paupérrimas viviendas hasta que el sol esplendoroso de la libertad alumbre en el horizonte frente al Malecón de los sueños.
Por ello, hasta no ver las cenizas esparcidas de Castro en el mar del olvido, él seguirá siendo un muerto insepulto apegado a la sombra sórdida del poder.
Rafael del Naranco
El Mundo
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