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A juzgar por la satisfacción con la que el Gobierno y la oposición venezolanos han acogido el resultado de las elecciones celebradas el domingo, cabría suponer que todo el mundo salió vencedor de la cita con las urnas. En realidad, solo los adversarios del presidente Hugo Chávez pueden estar contentos, porque solo ellos pueden presentarse como ganadores, aunque el color "rojo, rojito", en palabras del presidente, domine en la mayoría de los 23 estados y 300 alcaldías del país. La razón es bien simple: la oposición se hizo con la conurbación de Caracas, la mayor del país, con Maracaibo, la segunda ciudad, y con los estados más poblados, que representan aproximadamente la mitad del censo venezolano. Y lo que es peor para el presidente: se desvaneció en parte la creencia de que la oposición a Chávez actúa en orden disperso, más ocupada en peleas internas que en medirse con la revolución bolivariana.Una situación económica inclemente, con el precio del petróleo en caída libre, problemas de abastecimiento y el riesgo de hiperinflación a la vuelta de la esquina, ha facilitado la tarea a los adversarios de Chávez. Pero también han contribuido el hartazgo provocado por una situación política bloqueada y un país dividido, sometido a desigualdades que forman parte de la historia de Venezuela, y el estilo del presidente, proclive al brochazo y los desplantes extemporáneos.
Es una exageración deducir de todo ello que el proyecto chavista se encuentra en el ocaso. Puede que, con los resultados en la mano, desista el presidente de convocar de nuevo un referendo para aprobar la reforma de la Constitución que le permitiría presentarse a la reelección, pero Chávez sigue siendo el político más popular del país sin comparación posible. Y por si fuera poco, la personalidad que ha salido más reforzada de las elecciones del domingo, Antonio Ledezma, es un contrincante bajo sospecha que, con más o menos entusiasmo, ocupó la alcaldía de Caracas durante el fallido golpe de Estado de abril del 2002. Esto es: a ojos de una parte no pequeña de la opinión pública, encarna todos los vicios asociados a la partitocracia que, devastada por el clientelismo, hizo posible el triunfo de Chávez en las presidenciales de 1999. Un antecedente tan cercano que es impensable que haya sido olvidado por los venezolanos más desfavorecidos, votantes de Chávez en su mayoría, que fueron las primeras víctimas de aquella situación.
Fuente: El Periódico
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